Últimamente recuerdo a menudo unas líneas de la obra de Tennesse Williams “La noche de la iguana”, acuden a mi mente con la película que me dio a conocer el texto.
Un nativo capturaba iguanas.- No se dice cazaba, sino
capturaba. Las capturaba y las ataba a una cuerda. Las engordaba y luego se
las comía.
Es curioso cómo es
el lenguaje verbal y cómo son los seres humanos que lo hemos creado. De pronto unas
palabras te ayudan a ver una realidad que para ti no existía.
Entiendes lo que encierra la palabra ganadería, la ves de un
modo nuevo, con un prisma distinto; como si antes, determinada por su uso
cotidiano, por la normalidad que la acompañaba, tu cerebro no captase su
significado real.
De hecho la palabra
ganadería viene de ganado, y ¿qué es el ganado?.
El ganado parece
referirse a un conjunto de algo, no a unos individuos con una vida propia, sino
a una suerte de masa unitaria, como una manada o un hormiguero pero creado, no
por la naturaleza, sino por el ser humano con una finalidad determinada, esto
es: reunir la carne en crecimiento que conforma los músculos de los animales
que la integran.
Pero todo esto no
lo ves. Ocupado como estás en tus propios asuntos. Para verlo tienes que salir
momentáneamente de esos asuntos. Tienes que escuchar unas palabras que te
permitan mirarte en un espejo deformante. Palabras como “nativo” “capturar” “iguana” “atar” “engordar”. Todas ellas combinadas crean la imagen
nueva que, repentinamente, te pone delante de una nueva imagen de ti misma.
Porque ¿quién eres tú
en realidad? ¿En qué te diferencias de ese nativo que arrastra a un ser
indefenso hasta su guarida, como la araña, y lo retiene y lo engorda para luego matarlo?
Da miedo contestar.
Da miedo entender en qué nos diferenciamos. Pero el miedo te hace dejar de pensar en ello. Hasta que un día, empiezas a pensar, a darle vueltas, a abrir tu mente a la nueva idea.
Y así, después del miedo, de la negación, de la
furia, de la impotencia, del desprecio por uno mismo, del dolor y de la
tristeza, después, va llegando la comprensión, vas viendo la salida
y saltas a una nueva esfera, ya sin marcha atrás. Sientes entonces más dolor, más
impotencia y más tristeza que nunca. Pero llega, poco a poco, la calma, la aceptación y la comprensión de lo que somos, aunque podamos ser más.